Estoy recibiendo varios mensajes de seguidores y seguidoras que me piden que suba alguno de mis relatos. Lamentablemente no publicaré ninguno de mis relatos más recientes. Este lo escribí en el campamento de escritores del NaNoWriMo de abril del 2019.
Speculum es un thriller sobrenatural ambientado en la Inglaterra previctoriana. Lo escribí para practicar la inmersión en época junto con el suspense. También quise ponerme a prueba rompiendo varias reglas. Uso un lenguaje o vocabulario anticuado, barajo una gran cantidad de personajes (cosa que no debe pasar de ninguna manera en un relato). También está cargado de lugares comunes. Quise ver si utilizando una gran cantidad de ellos acaban englobándose en el estilo del relato, pero no. Por último, las escenas de la trama las rompo dificultando la lectura. Un recurso muy laborioso que probé hace tiempo y quise perfeccionar.
Pese a no ser de mis mejores relatos, espero que os guste.
RELATO.
Dos hombres con largas capas negras y sombreros del mismo color transportaban entre los árboles del bosque de Kendal un largo paquete cubierto por finas sábanas blancas. El frío y la niebla hacía que se empapara su piel y se helara su sudor. No se pararon en ningún momento para recobrar el aliento, siguieron caminando hasta llegar a un pequeño claro oculto entre el espesor. Allí les estaba esperando un tercer hombre, igualmente vestido, con tres palas a sus pies.
—Señor Edmon, señor Aubrey llegan justo a tiempo.
—Señor Olyver, ya sabe que en este tipo de encargo hemos de trabajar rápido, sino la dama…
—Cállese ya señor Aubrey. Pongámonos al trabajo, quiero estar de regreso en la torre lo antes posible.
Cada uno cogió una herramienta y empezó a cavar en silencio.
La oscuridad de la noche quedaba manchada por la luz blanca de la luna llena, que luchaba por superar el manto de espesa niebla, dibujando por contraste sus gaseosos contornos.
Un suspiro rompió la monotonía de las paladas.
—¿Será suficientemente hondo? —preguntó Aubrey a sus compañeros.
—Da igual mientras esté bien tapado. Nadie se adentrará tanto en el bosque —contestó Edmon.
Olyver se limitó a asentir.
Entre los tres cogieron con cuidado el paquete, el cual después del esfuerzo parecía mucho más pesado. Lo acercaron hasta la fosa sin tratar de mirarlo demasiado, no querían interesarse más de la cuenta por este trabajo. Sin mediar palabra lo arrojaron al interior del hoyo. Con el choque contra la tierra una de las cuerdas que sujetaba la sábana enrollada se aflojó dejando escapar un delicado brazo de piel tan blanca como la propia luna.
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El suntuoso carruaje de la familia Talbot se dirigía con paso presto a una gran torre situada en las entrañas del bosque.
—¿Por qué la dama Mallowburne tras pedir los servicios de nuestra madre, ahora hace llamar a Alyson? —preguntó la hija menor de los Talbot.
—Somos una familia importante para Kendal, pero la dama lo es más. Su dinero impulsa nuestro negocio desde hace toda una década.
El carruaje chocó contra la rama de un árbol juguetón sobresaltando a Matthew, el hermano mayor. Alyson miró a su hermano gemelo tratando de tranquilizarlo. Aunque fuese ella quien pasaría a vivir junto con su madre y la dama en la torre, se mostraba mucho más inquieto que su hermana.
—No me fio de la dama. En la taberna he escuchado leyendas…
—No prosigas Matthew —le cortó su padre—. La dama es una buena persona, todas esas mentiras que circulan entorno a su persona son meras patrañas infundadas por el populacho. Nosotros estamos por encima de ellos, no vamos a comportarnos como tal.
El muchacho cruzó los brazos y refunfuñó.
—¿Qué leyendas? —preguntó Alyson.
—¡Las personas que son llamadas por la dama Mallowburne nunca más vuelven! —exclamó Matthew perdiendo los nervios.
—¿Cómo? —gritó Alyson abriendo los ojos de par en par—. Pero mamá está con ella, no ha desaparecido…
El padre se levantó de su asiento y le propinó una torta a su hijo que le giró la cara estampándola contra la ventanilla de la diligencia. El muchacho, tras eso, se limitó a acariciarse la mejilla enrojecida y palpitante con la mirada puesta en el suelo de la cabina.
De pronto el carruaje sobrepasó una gran roca que no vio el cochero por la de la niebla. El vehículo se levantó inclinándose hacía la izquierda, llevándose hacia ese mismo lado tanto a la familia como a los caballos. Con un golpe estrepitoso aterrizó de lado contra el suelo partiéndose el eje que los unía a los caballos. Los animales, ahora libres, se perdieron entre la espesura en poco más de un parpadeo. Una vez que el señor Guy comprobó que todos sus hijos estaban bien, salió fuera de la diligencia seguido por ellos. El cochero se encontraba bastante malherido, aparte de grandes arañazos y los golpes visibles, tenía varias costillas rotas.
—¿Papá… qué… qué es eso que se está acercando entre la niebla? —preguntó Rose aterrada señalando camino arriba.
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Un delicado dedo acariciaba el detallado recorrido del marco de plata de un pequeño espejo de mano. Lo dejó sobre un tocador ordenado y limpio hasta la saciedad. Con otra mano igual de esbelta asió con fuerza un cajón y lo abrió produciéndose un crujido. Dentro no había más que un paño de altísima calidad.
La puerta de la alcoba se abrió molestando el meticuloso ritual de la dama Mallowburne.
—Señora, la familia Talbot va a llegar de un momento a otro.
—Lo sé, ¡Fuera!
El sirviente se fue haciendo una rápida reverencia, cerrando la puerta tras él.
La dama miró con repugnancia su reflejo en el espejito y lo guardó en el cajón envuelto por el trapo de terciopelo. Fue hasta un retrato antiquísimo de una imponente mujer y lo apartó, descubriendo tras él una gruesa caja de metal cerrada con candado. La abrió y extrajo una bolsa de cuero que le hizo temblar la mano por el peso que albergaba. Acto seguido fue hasta un escritorio de roble rojo en cuyo centro reposaba un pergamino tensado por finas cuerdas colocadas en sus extremos. Con una preciosa y recién afilada pluma negra escribió con tinta roja: «Eleanor Talbot, treinta y cuatro años».
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—¡Mirad hay un carruaje caído en desgracia! —señaló el señor Olyver.
—Seguro que se tratan de los Talbot, el camino del bosque por la noche es muy peligroso y con esta niebla aún más —añadió Edmond.
—Ayudémosles. La torre está muy cerca, podremos ir andando.
Los tres hombres salieron de entre la niebla sobresaltando aún más a la pequeña Rose. Sus rostros tremendamente deformados por voluminosos bultos los convertían en monstruos a ojos de la niña. Pese a que vistiesen lujosos trajes, sus deformidades se dejaban notar bajo las capas y capas de los ropajes. La espalda de Edmond padecía bajo una joroba irregular que le obligaba a mantener una posición encorvada perpetua. Olyver tenía una pierna amorfa que no le permitía su flexión, para moverse la arrastraba pesadamente allá donde iba. Por último, Aubrey, no menos afectado por el satírico destino. Este escondía la más perturbante deformidad. Bajo su sombrero, entre su cuero cabelludo vivía un gemelo siamés que tenía conectado directamente con su cerebro. La repugnante criatura estaba viva y poseía conciencia propia que podía transmitir directamente a la mente de Aubrey.
Rose emitió un chillido agudo y corrió al resguardo de su hermano mayor. El señor Talbot, junto con el cochero, se colocó entre los chicos y los intrusos.
—¿Quiénes sois?, hablad —exigió saber Guy mostrándose autoritario.
—No se preocupen, somos los señores Aubrey, Olyver y Edmond, vivimos con la señora Mallowburne en la torre, les guiaremos —se presentó Edmond.
La apariencia monstruosa de los señores provocaba inquietud en el señor Talbot, pero los trajes que vestían era de excelentísima calidad, seguramente hechos a medida en uno de los mejores talleres de Londres. Semejantes prendas no podían costearlas aberraciones de feria como ellos, debían de servir a la dama de la torre, no había otra explicación plausible.
—Niños, no os preocupéis por los señores, son buena gente —aclaró el padre dirigiéndose a su hija menor.
Ellos, nada tranquilos, siguieron examinando a los hombres sin esconder sus inquisitivas miradas.
—¿Dónde está mi madre? —Matthew se despegó de su hermana pequeña y tragó saliva—. ¿Dónde está Eleanor?
Los oportunos señores llegaron hasta la familia.
—Está en la torre, ahora la veremos —contestó Olyver con tono neutro.
Guy se percató de que cada uno de ellos llevaba una pala manchada de barro fresco.
—¿Qué hacíais a estas horas de la noche cavando en el bosque? —preguntó volviéndole la inquietud como una tormenta.
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En el escondido claro del bosque, donde las evidencias de tierra removida y plantas cortabas eran obvias, el suelo empezó a sacudirse. Una mano arrugada cubierta de barro surgió del suelo estremeciéndose y buscando agarrarse a cualquier cosa. Por fortuna una gruesa raíz cercana ofreció la suficiente resistencia para que pudiera estirar de ella sin romperla. Tras la mano brotó un brazo y después de él una desgreñada cabeza. Otro brazo surgió y debajo de él un torso desnudo con algún pedazo de suave tela blanca adherido por la humedad. La cabeza con el rostro tapado por la maraña de pelo canoso se irguió hacia el cielo nocturno y dio una larga bocanada de aire. En respuesta, se vio tosiendo tierra negra y algún que otro insecto morador de las profundidades. Los dos brazos empujándose sobre el suelo lograron sacar el resto del cuerpo atorado. Una anciana yacía en posición fetal sin nada que la cubriera del húmedo frío, salvo la capa de barro que ocultaba su nívea piel. Se levantó tambaleándose. No sentía las piernas como suyas, los brazos tampoco parecían pertenecerle. Se frotó las manos quitándose la tierra y las vio cubiertas de arrugas. Sus cansados ojos se humedecieron y su garganta emitió un triste lamento.
—Sybil, voy a por ti —gimió la anciana poniendo rumbo hacia la torre.
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Un repentino aguacero acompañado por un feroz viento aplacó en cuestión de segundos el denso banco de niebla. La conversación cesó y pusieron rumbo a la torre. Ni la familia Talbot, ni los señores o el cochero estuvieron demasiado tiempo a su merced, pero sus vestimentas acabaron caladas transmitiéndoles el terrible frío hasta los huesos. El calor del recibidor del edificio contrastaba enormemente con la temperatura tan inhóspita del exterior. Un anciano mayordomo los atendió a su llegada. A simple vista no tenía ningún tipo de deformidad, pero si te fijabas con detenimiento en su rostro, podías ver que tenía una pupila marrón como los exquisitos granos de café traídos de las américas y otra de un tenue color verde parecido al de una avellana recién nacida.
—¿Tenéis hambre? Podéis pasar a nuestro salón y pedir cualquier plato a nuestro cocinero. Calentaros en la chimenea mientras nuestra señora se prepara para recibirles como es debido.
Los tres señores, sin esperar a que el mayordomo se dirigiera a ellos, desaparecieron por una puerta contigua a la estancia. La familia accedió cortésmente a la invitación y ascendieron por la serpenteante escalinata hasta el segundo piso. Allí apareció al momento un señor bajo y rechoncho, indumentado por un reconocible uniforme de cocinero. Nadie, excepto Rose, quiso nada. La niña le pidió un dulce de resina. El sirviente, que al igual que el resto que habían visto, tampoco era normal. Este tenía una ceja de cada color, además de ser el único vello que a primera vista había en todo su cuerpo. El cocinero fue raudo a la cocina a encender el pequeño hornillo de madera para derretir azúcar con resina y miel en un cazo y poder dejarlo enfriar lo antes posible en un molde para bombones.
La dama de la torre entró en el salón luciendo un largo vestido negro con remates de oro y plata. Matthew quedó embelesado por la impresionante belleza de la mujer, sus rasgos podrían tentar de envida a la propia diosa Afrodita.
—Bienvenidos familia Talbot —saludó la anfitriona.
—Le agradecemos mucho su inmejorable trato señora Mallow…
—Llámame Sybil, llevamos mucho tiempo siendo amigos —cortó la dama de la torre al señor Guy.
—De acuerdo señora… Sybil.
—Siento comunicaros que Eleanor no nos acompañará en esta velada, la pobre está agotada y ha decidido que os visitará, pasado unos días, en el pueblo. Siempre y cuando haya acabado sus tareas aquí —explicó la señora con tono dulce.
Matthew se recolocó algo nervioso en su sillón. Alyson no pudo evitar mirar a su hermano y supo al instante que algo malo le rondaba la cabeza.
El cocinero volvió a hacer acto de presencia arrastrando un carrito con ruedines. Sobre él había una bandeja de plata repleta de golosinas para Rose. Dejó el aperitivo sobre la mesita central y se retiró haciendo múltiples reverencias. La niña miró a su padre y este a Sybil. La dama asintió y Rose se lanzó sobre los dulces.
—Ahora bien, he de tratar unos asuntos con vuestro padre —dijo la señora dirigiéndose a los niños.
El señor Guy y la dama salieron del salón y entraron en un estudio situado en un piso superior. Sybil cogió la bolsa de cuero que había sacado de su caja secreta y desató el fino hilo que la cerraba.
—Esta vez señor Talbot, hablemos sin rodeos. ¿Cuánto me va a cobrar por su hija Alyson?
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La anciana llegó tambaleante arrastrando sus pies descalzos hasta el patio exterior de la torre. Más cercana a la muerte que a la vida, bailando en ese fino hilo que únicamente se resistía a partirse por la mezcla de odio, venganza e ira que la empujaba hacía la puerta de la fortaleza. Pero sus fuerzas se agotaron en el último instante, se desplomó sobre el pulido suelo de piedra justo antes de lograr hacer sonar la aldaba.
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—Trescientas monedas de oro —contestó el señor Guy sin pensárselo ni un instante.
—Son cien más que las que te di por tu mujer.
—Alyson es más joven.
Sybil hizo sonar una campanilla de plata.
—Termina el pago con mi nieto —dijo la dama de la torre vertiendo todo el contenido de la bolsa sobre la mesa.
Cientos de monedas de oro se desparramaron por doquier, cayéndose incluso al suelo. El mayordomo irrumpió en el estudio sin llamar a la puerta.
—¿Me requiere señora?
—Así es, cuente con el señor Talbot trescientas monedas y entrégaselas.
Seguidamente Sybil abandonó el estudio volviendo al segundo piso.
Guy trató de calcular mentalmente la edad del anciano mayordomo, podría tener fácilmente los setenta años o incluso llegar a los ochenta. Eso situaría a la dama de la torre en ciento cincuenta años o más. El mero hecho de pensarlo le sacudió el cuerpo con un escalofrío.
De vuelta en el salón, Sybil hizo un gesto a Alyson para que la siguiera por la torre. La chica se levantó dedicando una huidiza mirada a su hermano gemelo y salió de la habitación tras la anfitriona.
—Querida Alyson, ¿podrías recordarme cuántos años tienes? —le preguntó la señora mientras ascendían hasta el piso más alto de la fortaleza.
—Catorce mi señora Mallow… quiero decir Sybil.
—Qué edad tan bonita, tienes tanto por lo que vivir. Tantos años por delante.
El tono ligeramente lujurioso de la dama despertó miedo en la muchacha.
—¿Dónde vamos ahora? —preguntó Alyson tratando de no parecer nerviosa.
—Vamos a mis dependencias personales para ponerte guapa, ahora que vivirás conmigo no puedes ir vestida así.
Terminaron la escalinata y llegaron al dormitorio del retrato antiguo de la mujer. Alyson no pudo evitar mirarlo, ya que era lo primero que llamaba la atención al entrar.
—¿Quién es esa mujer? Se parece mucho a usted.
—Es un recuerdo del pasado —se limitó a contestar ambiguamente la dama. —Ven, siéntate aquí vamos a arreglarte ese pelo —añadió señalando el lujoso tocador.
La muchacha se sentó muy recta en la silla, viéndose reflejada por los tres espejos que tenía delante cubriéndole distintos ángulos.
—Es un tocador muy bonito.
Sybil la ignoró y cogió un peine con el que empezó a alisar el pelo de la muchacha al mismo tiempo que tarareaba una vieja canción de cuna. Cuando terminó de peinarla sacó del cajón de la derecha del tocador el pequeño espejo de plata cubierto por el paño, del que solo podía verse el mango. Se lo dejó delante y le ordenó que se desvistiera. Alyson obedeció y se volvió a sentar frente al tríptico de espejos, pero esta vez desnuda.
—Voy a buscar tus nuevas vestimentas, coge el espejo de mano que te he colocado delante y mira cómo te he dejado el pelo.
La dama de la torre salió con una sonrisa de oreja a oreja de su dormitorio.
Mientras tanto, el señor Talbot, con la engordada bolsa de monedas oculta bajo su capa, regresó junto a su hijo y su hija menor.
—Vámonos niños, Alyson ya está muy ocupada con la señora. No se despedirán de nosotros. Regresaremos a casa y esperaremos allí su visita.
Rose ingenua e inocente hizo caso a su padre. Pero, por el contrario, en la cabeza del joven Matthew un torrente de pensamientos negativos hacia la dama y su padre invadían su mente. Rechinando los dientes les siguió escaleras abajo sin saber que decir, o que hacer. El miedo presionaba su garganta y le creaba un nudo que le impedía tragar saliva.
Llegaron hasta la puerta de la torre y la abrieron descubriendo en su exterior una anciana maltrecha. Rápidamente Matthew se abalanzó sobre ella para comprobar si seguía con vida, mientras que Rose clamaba chirriante auxilio. El señor Talbot dio un paso hacia atrás y se agarró el pecho congelado en su última inspiración. La anciana abrió lentamente los ojos y levantó con suma lentitud su mano hasta la cara del muchacho.
—Hijo… —logró murmurar antes de morir.
Matthew apartó el pelo que ocultaba el rostro de la anciana y pudo reconocer los rasgos envejecidos de su madre. Mudo se giró hacia su padre quien aún seguía sin atreverse a acercarse al cadáver de su mujer. El señor Talbot empezó a llorar, las piernas le fallaron y se vino abajo sentándose en el lecho de piedra tartamudeando algo inaudible ahogado por baba y lágrimas. Rose sin entender nada de lo que ocurría contempló como su hermano regresaba corriendo al interior. Subió los diez pisos que le separaban de su hermana impulsado por una energía invisible. Acababa de perder a su madre, no iba a perder a su hermana. El muchacho sin pensárselo dos veces tiró la puerta del dormitorio abajo, pero fue demasiado. Dentro se encontró otra anciana desmayada sobre el tocador con un espejo de plata agarrado en la mano. La dama de la torre ya había absorbido sus años de vida.
Si te ha gustado este relato, te invito a leer mis primeros trabajos cuando empecé a dar mis primeros pasos en el mundillo: Lista de relatos.