ORÍGENES DEL TÓPICO.
Es muy difícil encontrar al primer autor en utilizar esta técnica. En la propia Biblia, en el 2º Libro de los Reyes, XXII y XXIII, el rey Josías de Judá encuentra un manuscrito ampliado y corregido del Deuteronomio que le servirá para reformar el culto cristiano. Más tarde, con la literatura helenística, en el siglo II d. C, Diógenes lo usa en su obra Las maravillas de más allá de Tule. Desde el siglo IV d. C, la técnica desaparece hasta que, en la época de la literatura caballeresca, Garci Rodríguez de Montalvo lo usa en su obra Amadís de Gaula, de 1508. El primer autor moderno en usar esta técnica será Miguel de Cervantes en su obra El Quijote de 1605 y 1615. En lo referente a ejemplos contemporáneos encontramos a Umberto Eco, quien lo usó en su obra El nombre de la rosa de 1980. Francisco Ayala, El hechizado de 1944. Camilo José Cela, en La familia de Pascual Duarte de 1942. La lista se incrementa según llegamos a nuestra época. En todas estas obras citadas, el tópico aparece de una forma u otra, pero es el mismo.
A día de hoy la técnica resulta muy atractiva para el género fantástico, ya que otorga a la historia una gran verosimilitud.
¿EN QUÉ CONSISTE LA TÉCNICA?
Su principal función es hacer desaparecer al autor verdadero en favor de uno nuevo ficticio, ya sea mencionado o no.
Por ejemplo, volviendo a los libros de caballerías, Miguel de Cervantes da la autoría de su obra al historiador moro Cide Hamete Benengeli, el cual escribe la historia del Quijote. Cervantes entrega el manuscrito a un morisco para que se lo traduzca del árabe al castellano. Todo con el fin de aportar más credibilidad a las aventuras del Quijote y Sancho Panza.
En resumen, en el inicio de tu novela, a modo de introducción-prólogo deberás contar como el resto del libro ha llegado tus manos o a las manos de un personaje-lector.
En mi caso, uso esta técnica en mi saga El Archipiélago de Cristal, donde un personaje ajeno a la historia principal consigue el libro y lo empieza a leer.
¿QUÉ FACILIDADES APORTA EL TÓPICO?
Obviando la ya citada verisimilitud. Usar esta técnica empuja a la obra a crear interhistorias. Es decir, dos historias diferentes en un mismo libro. Una sería lo que acontece al lector-personaje que está leyendo el libro y otra sería la del propio libro. Un ejemplo muy claro de esto se encuentra en La historia interminable, 1979 de Michael Ende.
Aún se podría dar un paso más allá. Las historias podrían ir entrelazándose y acercándose según transcurren ambas tramas hasta que al final se unen. Es decir, el lector-personaje se une a los del libro que está leyendo en el tiempo del primero.
Es una técnica muy flexible y versátil que puede dar increíbles resultados. Pese a presentar ciertas dificultades, el resultado es increíble y por lo general suele tener muy buena acogida entre los lectores.
Si te ha gustado este post no dudes en mirar mi lista de guías para escritores.